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martes, 18 de junio de 2013

Los Gatos en LA NACION


Corría el año 67, y los pibes de primer año del secundario, turno tarde, del Colegio Mariano Acosta nos ocupábamos sólo de tres cosas: las chicas, el fútbol y (a veces en primer término) lo que llamábamos por entonces, música Beat.


Para nosotros, música Beat era todo sonido más o menos armónico (y muy ruidoso, por supuesto) salido de cuatro (o a veces cinco) melenudos que tenían flequillos espesos, botitas, saquitos idénticos y algo “cortinas” y guitarras eléctricas, y que repetían dos o tres pasitos del saludo copiado literalmente de los amados Beatles.


Se trataba, claro, de melenudos versión local, porque en aquellos años de la era pre-videoclip, salvo dos o tres imágenes de Los Beatles desgañitándose como locos en el Shea Stadium (o de algún viejo noticiero que mostraba una gira de los Stones), todo lo que podíamos ver en TV en el legendario programa “La escala musical”, era a conjuntos locales que jugaban (a veces bastante dignamente) a parecerse a los Beatles.


Por supuesto, que esa música Beat debía ser cantada en inglés, aunque los cantantes lo hablaran como Tarzan y vinieran de González Catán o de Montevideo (si había suerte, como en el caso de los geniales Shakers, auténticos Beatles del Río de la Plata). Cualquier otra cosa nos parecía una herejía. Casi como escuchar un tango cantando en alemán.



Pero una tarde que nos rateabamos en un bar de la calle Urquiza, a pocas cuadras del Colegio (no éramos muy imaginativos, me parece), se apareció un amigo entrañable de siempre, el “ruso” Eduardo Berezán, el “quinto Beatle” como le decíamos, personaje talentoso y pintón que tenía en su casa una batería como la de Ringo (que tocaba bastante bien, además) y cuyo domicilio en la calle Rosario se había convertido en la Meca de peregrinaje de aspirantes a pelilargos cuando consiguiera, meses antes de la edición local, una copia del album “Rubber Soul” de los Beatles, nada menos.


Como decíamos, con semejantes antecedentes Beatlemaníacos, nos resultó sorpresivo que Berezán nos hiciera el ardoroso elogio de un nuevo grupo argentino de música Beat que cantaba, auténtica rareza, en castellano. Se trataba, por supuesto, de Los Gatos, que estaban por lograr un gran éxito con su hit “La Balsa”.


Con la suficiencia característica de un adolescente de cualquier época, le retrucamos que eso era imposible, que Los Gatos no podían ser tan buenos. Más aún, que era una mersada cantar rock en castellano.


De todas maneras, el querido amigo Berezán (hoy un veterano y talentoso periodista que ha perdido algo de su clásica melena, eso sí), nos contagió una enfermedad que nos dura hasta hoy y que básicamente consiste en amar al rock en cualquier idioma en que se cante, incluso el nuestro.


Recordando aquellos tiempos de juventud y descubrimiento, comparto con los amigos de El Archivoscopio esta nota del huecograbado de La Nación del 11 de febrero de 1968 que rescataba los primeros tiempos de la legendaria banda de Litto Nebbia, para la que por entonces, anticipaba el diario, “su actuación en “Sábados Circulares” marcará un acento de este movimiento joven “beat”.


Como bonus, ahí va también un video de Los Gatos en su cara más psicodélica: “Cuando llegue el año 2000”.


Por desgracia, llegó, pero seguramente no era lo que Nebbia y Los Gatos se imaginaban allá por 1968, cuando grabaron ese tema y filmaron el corto que lo acompañaba.

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