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jueves, 30 de mayo de 2013

“Cuando le pregunté a mamá qué era ‘tortillera’ me dijo ‘cochina”

Para cerrar la serie de notas sobre sexualidad en la adolescencia, y después de reflexionar sobre “el derrumbe del ideal de padre e hijo“, “la bisexualidad y la homosexualidad en la adolescencia” y también sobre “los riesgos del hostigamiento escolar a causa de la orientación sexual de un joven”, dos psicólogas especializadas en el tema aportan sus miradas; se apoyan en relatos de jóvenes varones y mujeres que ponen en evidencia sus padeceres a causa de su orientación sexual.


El primer caso que menciona la Lic. Graciela Balestra, es el de Silvia, una chica que empezó a sufrir los prejuicios que giran en torno a ser lesbiana aún sin saber siquiera lo que era gustar de alguien. “Tenía 10 años cuando volviendo del colegio al cruzar el parque unos chicos me gritaron ¡tortillera!. No sabía lo que significaba esa palabra, pero sonaba a insulto. Llegué a mi casa y le pregunté a mamá, que me contestó: “No seas cochina”.


Balestra, coordinadora de la ONG Puerta Abierta, presenta éste y otro caso para reflexionar: “La adolescencia suele ser de por sí una etapa difícil. Aún más para quienes guardan un secreto a costa de su vida. Lo que escuchamos con frecuencia de mujeres lesbianas en el consultorio es que desde muy jóvenes se daban cuenta de que lo que sentían no encuadraba dentro de la norma y a menudo sufrían enamoramientos fortísimos hacia amigas, profesoras, compañeras, que nunca se enteraban de que eran objeto de tamaño sentimiento”.


Precisa que lo que exactamente sufrían es el término, porque ese amor no les generaba alegría, al contrario, era vivido con culpa, en silencio, a escondidas, “haciendo fuerza para que no se note, porque la mínima sospecha podía ser objeto de la más cruel burla de todos y del rechazo de la persona amada”.


La psicóloga termina de relatar la historia de Silvia, esta chica de 10 años. Luego de recibir esa respuesta de su madre, que le dijo “No seas cochina”, ¿De dónde sacás esas cosas?”, ella entendió que la palabra era “muy fea”. Ella lo expresó así: “Entendí que era algo muy feo lo que veían esos chicos en mí. Y ese día empecé a sentir vergüenza de algo que hasta ese momento me hacía feliz y que era lo único que encontré distinto en mí de las otras chicas: verme masculina”.


Besos en DF, México; Foto: Ignacio Lehmann; proyecto 100 World Kisses


La Lic. Stella Maris Gioiosa, que trabaja a diario en su consultorio con chicos y jóvenes, aporta dos situaciones clínicas que ayudan a pensar en la posibilidad de la homo y la bisexualidad en la adolescencia. A los pacientes, dos varones, uno de 18 y otro de 43 años, los menciona como A y B. Comenta Gioiosa que en ambos casos es para resaltar que manifestaron sus temores acerca de la aceptación familiar y de amigos. “En ambos casos constituyó un alivio poder vivir su sexualidad y otros aspectos de su vida plenamente cuando la homosexualidad dejó de ser un secreto”.


Le resulta interesante remarcar cómo la preocupación por la sexualidad deja inhibidos otros aspectos del desarrollo necesarios para ellos, como estudiar, trabajar y divertirse.


“Se trata de dos varones, uno de 18 años, al que llamaré A y otro de 43, al que llamaré B. El caso de A se plantea como muy interesante ya que tuvo encuentros (besos) con mujeres y se le presentaba el mandato de tener que probar tener relaciones con ellas, cuando en realidad su verdadero deseo y atracción se orientó a chicos de su edad, incluso constituyendo una pareja con rasgos de permanencia y formalidad que se mantuvo por varios meses”.


“La idea de mandato aparece después de trabajar el tema y no de inmediato. Más bien constituye una construcción. Aclaro que atendí por primera vez a A en edad escolar por preocupaciones de maestra y padres respecto de no poder responder a consignas de agruparse los nenes con los nenes y las nenas con las nenas, para juegos o actividades en la escuela. Se quedaba en el medio, sin saber en qué grupo ubicarse. Ahora también recuerda su gusto en la infancia con un hombre al que vio por TV, lo cual comenta a uno de sus progenitores, recibiendo una respuesta de sorpresa “desagradable”, lo que lo llevó a corregir sus dichos”.


“El caso de B lo retomo en tanto los recuerdos que aparecieron de su adolescencia en colegio religioso otorgaron un tinte oscuro y angustioso a la orientación sexual que ya percibía en relación a los varones, también sintiéndose anormal y diferente. En este caso, también hubo un noviazgo pero con una chica, el cual terminó al poder asumir su verdadero interés sexual. ¿Se trató de un intento de formar parte de la heteronormalidad?”


Foto: Ignacio Lehmann; proyecto 100 World Kisses


Para concluir, Balestra presenta el caso de Laura, la chica que a los 14 años se enamoró de su mejor amiga, a quien nunca se animó a confesarle su amor por miedo a perderla. Ocurrió un distanciamiento forzado e inexplicable. Laura sufrió mucho, pero no pudo hablar de esto con nadie durante 20 años.


“A los 14 tuve mi primer amor. Me enamoré de mi mejor amiga. Era un amor tan fuerte que dolía. Pensaba en ella día y noche, me llenaba el alma verla, le regalaba chocolatines y la ayudaba en todo lo que podía. Soñaba que éramos novias y  que la besaba. Ella me quería mucho, éramos muy amigas, pero nunca le dije lo que en realidad sentía. Tenía miedo de asustarla y perderla. Un día la madre le encontró una carta que yo le había escrito”.


“Evidentemente mi carta desbordaba de amor y se dio cuenta. Hubo una reunión familiar entre mis padres y los de ella a la que no nos dejaron asistir. A partir de allí nos separaron, nunca más la pude volver a ver. Inexplicable el dolor que sentí ante una injusticia que no podía comprender. ¡Si yo jamás le haría daño!”


“Me llevó más de un año de depresión, pasé de ser una alumna brillante a repetir el curso y hasta tuve deseos de morir. Y lo peor es que jamás hablé de esto con nadie, hasta 20 años después, que empecé terapia con la lic. Graciela Balestra. Antes había hecho otras terapias pero no me animaba a contarlo porque no sentía que esos terapeutas me pudieran entender”.


“Hoy puedo vivir siendo lesbiana libremente. Asisto a los grupos de reflexión de mujeres de Puerta Abierta y por fin logré sentirme normal. Pero perdí veinte años de mi vida sintiéndome enferma, intentando adecuarme a lo que los demás pretendían de mí. Y ahora veo que no soy la única. ¿Quién nos va a indemnizar por tanto sufrimiento inútil?”.


 


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